Salmo 42-43

¿Qué está pasando?

Los salmos 42 y 43 se cantaban tradicionalmente juntos, y juntos registran el llanto de un sacerdote nostálgico. Los sacerdotes de Israel eran los líderes de adoración en el templo de Dios. Sus vidas se centraban en cantar ante Dios, disfrutar de Su presencia e invitar a otros a esa experiencia. El templo no era solo su lugar de trabajo, sino también su hogar.

Pero al principio de esta canción, el cantante sacerdotal es rodeado de enemigos y desterrado de Jerusalén y del templo. Sus enemigos lo alejan de la presencia de Dios y lo llevan a la calle y al exilio. El triste sacerdote clama por Dios como el agua (Salmo 42:1-2). Anhela los días en que cantaba en el templo, donde sentía y disfrutaba la presencia de Dios. Pero sus recuerdos son interrumpidos constantemente por sus enemigos; sus burlas lo obligan a volver a su realidad exiliada. Le preguntan repetidamente: «¿Dónde está tu Dios?» como para demostrar que la persona a la que solía servir lo ha olvidado (Salmo 42:3, 4, 10).

Mientras los enemigos y los peligros rodean al cantante sacerdotal como olas violentas en una tormenta, el sacerdote exiliado se aferra a Dios como su roca de esperanza. Le ruega a Dios que lo salve. Recuerda el amor de Dios e insta repetidamente a su alma a confiar en él a pesar de sus circunstancias (Salmo 42:5, 7-8, 11). Como se aferra a Dios, sabe que no está solo en la tormenta, independientemente de lo que digan sus enemigos (Salmo 42:9-10). Sabe que Dios ama y escucha sus canciones incluso en la noche que lo rodea (Salmo 42:8). Confía en que la luz y la verdad de Dios lo llevarán de regreso al templo de la presencia de Dios (Salmo 43:3-4).

El sacerdote que canta pero sufre sabe que confiar en Dios no es en vano, incluso si la perspectiva de regresar al templo parece lejana (Salmo 43:5). Incluso con una dieta de lágrimas, se aferra a Dios y anticipa la liberación de quien no lo olvida ni lo rechaza (Salmo 42:3, 9; Salmo 43:2).

¿Dónde está el Evangelio?

Como el sacerdote exiliado que grita en un país extranjero, a menudo nos sentimos exiliados. Nos sentimos alejados de la presencia de Dios. Nadie experimentó eso de manera más aguda que Jesús. Al igual que el sacerdote del templo, Jesús salió de la casa de Dios en el cielo, donde antes lo rodeaban la alegría y la adoración. Estaba exiliado en un mundo que ni lo reconocía ni lo aceptaba. A pesar de que llegó a las personas que creó, estaba rodeado de extraños y enemigos (Juan 1:10-11). Jesús fue el mejor sacerdote sin hogar en el exilio.

Pero Jesús fue un sacerdote exiliado con un propósito. Vino a soportar el exilio de las mismas personas que lo trataban como a un extraño. Los enemigos de Jesús lo arrastraron fuera de Jerusalén para que sufriera y muriera en una cruz (Hebreos 13:12). Los enemigos de Jesús se burlaron de su sufrimiento como para demostrar que su Padre lo había olvidado (Isaías 52:14; Mateo 27:39-43). Jesús fue abandonado por todas las comodidades, por todos los amigos y, por un tiempo, por Dios. Fue despojado hasta quedar reducido a la nada en su exilio. Jadeaba por agua y clamó a Dios, quien lo había rechazado (Lucas 22:47-53; Juan 19:28). Pero en la violenta tormenta de sus horas más oscuras, Jesús se aferró a Dios, confiando en que Dios lo sacaría de la muerte y lo restauraría (1 Pedro 2:23).

Y Dios escuchó el clamor de su sacerdote exiliado. Después de tres días en la tumba, Jesús resucitó de la muerte y puso fin al exilio de su pueblo. Los enemigos, las personas, el tiempo o incluso el pecado nunca más podrán separarnos de la presencia de Dios (Romanos 8:38-39). Sus resecas palabras en la cruz: «Consumado es», significaron que la separación de Dios había terminado para cualquiera que se aferrara a Jesús como la roca de su salvación. Él es el final de nuestro exilio (Juan 19:30). Jesús fue rodeado de enemigos y expulsado de la presencia de Dios para poder llevar a todos los que se aferran a él a su hogar eterno y alegre (Juan 14:6).

Compruébelo usted mismo

Rezo para que el Espíritu Santo abra sus ojos para ver al Dios que se acerca a los que están lejos de casa. Y que veas a Jesús como el que lleva a quienes se aferran a él a un hogar de gozo eterno.