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Quién puede entrar en la presencia de Dios
En el Salmo 24, la buena noticia es que nuestro acceso y nuestra experiencia de la presencia de Dios no se encuentran en la perfección moral, sino en la fe en Jesús.
¿Qué está pasando?
El salmo 24 se cantaba cuando los peregrinos recorrían Jerusalén para adorar en el templo de Dios.
Al entrar en la ciudad, a los peregrinos, sin importar de dónde vengan, se les recuerda que toda la tierra es del Señor (Salmo 24:1). Cada animal, persona y nación le pertenece desde que los creó. Solo Dios calmó los caóticos mares en el momento de la creación y trajo orden y vida al cosmos (Salmo 24:2; Génesis 1:2-3).
Así que los peregrinos se preguntan con razón: «¿Quién en la tierra puede estar en la presencia de Dios?» (Salmo 24:3-4). Se supone que la pregunta debe humillar a los peregrinos a medida que sus pasos los acercan cada vez más al trono de Dios y a Su presencia.
Aquellos que se acercan al Dios que subyuga el caos deben tener manos limpias y corazones puros (Salmo 24:4 a). No deben ensalzar a dioses falsos, sino que deben levantar sus ojos hacia Dios, quien los ensalza con su poder (Salmo 24:4 b-5a). Son los humildes peregrinos los que verán el rostro del Rey de toda la tierra (Salmo 24:6).
Luego, los peregrinos entran al templo e invitan a Dios a venir. Se imaginan las puertas del templo como la cabeza cansada de un peregrino cansado, ¡y les dicen que miren hacia arriba! Invitan a las puertas antiguas a que se abran de golpe para poder ver al Rey de la Gloria llegar con todo su esplendor (Salmo 24:7).
Dios no es simplemente el Creador; también es el Rey conquistador (Salmo 24:8). Mientras los peregrinos marchan hacia el templo y esperan la presencia de Dios, Dios marcha contra sus enemigos. Las puertas se abren de golpe no solo para prepararse para la llegada de Dios, sino también para proclamar a los cansados peregrinos que sus batallas están ganadas y que sus enemigos nunca entrarán (Salmo 24:10).
¿Dónde está el Evangelio?
A todos nos encantaría ver el rostro de Dios. Pero la presencia de Dios parece lejana porque no somos el tipo de personas a las que se les permite entrar. Sabemos que nuestras manos hacen daño. Sabemos que nuestros corazones no pueden dejar de desear lo que es malo para nosotros. Sabemos que nuestras mentes piensan cosas falsas. Sabemos que nuestras bocas mienten (Salmo 24:4).
Pero los peregrinos del salmo también lo sabían. No pretendían ser perfectos mientras caminaban hacia la presencia de Dios. Confiaban en que Dios los bendeciría a pesar de su imperfección. Creían que Dios los vindicaría y los libraría de la culpa para que pudieran ver su rostro (Salmo 24:5).
La buena noticia es que nuestra vindicación y nuestra experiencia de la presencia de Dios no se basan en la perfección moral, sino en la fe en Jesús. Jesús se lleva todo lo que nos hace indignos de subir al monte sagrado de Dios (1 Juan 3:5).
Más que los cantantes originales, Jesús es el peregrino que merece estar en la presencia de Dios. Sus manos nunca hacen daño, su boca nunca miente y su corazón es puro. Cuando levantamos los ojos para ver a Jesús levantado en la cruz, Jesús nos levanta con la bendición de la vindicación: la erradicación de nuestros pecados (Colosenses 2:14). Ahora Dios nos ve como ve a Jesús. No hay nada que pueda impedirnos ver a Dios cara a cara.
Nuestras cabezas inclinadas, como esas puertas antiguas, ahora pueden levantarse para ver al Rey de la Gloria en todo su poder. Jesús ha resucitado de entre los muertos y está sentado en los cielos. Ha derrotado a los enemigos de la muerte y la separación. Y en vez de abrir las puertas del templo, Jesús abre de golpe nuestros corazones y proclama a nuestras almas cansadas que todas nuestras batallas están ganadas (Mateo 11:28, Colosenses 2:15). Su presencia está con nosotros siempre, incluso hasta el final de los tiempos (Mateo 28:18-20).
Y cuando llegue el final de la era y Dios construya una nueva Jerusalén en la tierra, promete que las puertas de esa ciudad nunca se cerrarán (Apocalipsis 21:25). Siempre estarán abiertas porque en el Reino final de Dios no habrá más enemigos que puedan invadir. Lo único que quedará es la llegada de nuestro Rey.
Compruébelo usted mismo
Que el Espíritu Santo abra tus ojos para ver al Dios que crea y vence. Y que veas a Jesús como el digno peregrino que nos bendice, salva y nos lleva a la presencia de Dios.