Salmo 12

¿Qué está pasando?

Este salmo contrasta las palabras retorcidas y engañosas de los humanos con las palabras puras y verdaderas de Dios.

David siente que vive en Sodoma y Gomorra, donde no se puede encontrar a ninguna buena persona (Salmo 12:1; Génesis 18:32). David está rodeado de mentirosos, autopromotores y enemigos con corazones engañosos (Salmo 12:2). Estas personas malvadas mienten a los pobres y necesitados para obtener lo que quieren (Salmo 12:5 a). Están tan orgullosos que incluso creen que pueden escapar del juicio de Dios con la palabra (Salmo 12:4).

Pero David sabe que Dios se levantará, juzgará a los mentirosos y rescatará a los pobres y necesitados (Salmo 12:5). Si bien las palabras de los hombres se mezclan con motivos ocultos y duplicidades, las palabras de Dios son impecables (Salmo 12:6). Si bien la boca humana siempre encontrará justificaciones para no actuar, la promesa de Dios de protegernos está casi hecha (Salmo 12:7).

Las últimas palabras de David son de confianza. No tenemos que tratar las palabras de Dios como las palabras llenas de lagunas de los hombres. Las palabras puras y verdaderas de Dios destruirán las mentiras y los engaños de los hombres (Salmo 12:8).

¿Dónde está el Evangelio?

Cuando el Nuevo Testamento reflexiona sobre la palabra de Dios, dice: «En el pasado, Dios habló a nuestros antepasados por medio de los profetas muchas veces y de diversas maneras» (Hebreos 1:1). La voz y las palabras puras de Dios nos llegaron a través de personas como David. Pero este versículo continúa diciendo que «en estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo» (Hebreos 1:2).

Jesús es la Palabra de Dios hecha carne (Juan 1:1). Toda la confiabilidad y pureza de la palabra hablada de Dios se demuestran perfectamente en Jesús. Durante su vida, Jesús con frecuencia denunció las hipócritas lenguas de los fariseos mientras defendía los derechos de los pobres (Lucas 20:46-47).

Con el tiempo, las malas palabras de los enemigos de Jesús lo rodearían, al igual que rodearon a David. Los fariseos creían que Jesús mentía cuando dijo que era Dios (Juan 8:58). Así que dijeron sus propias mentiras (Juan 18:33-34). Jesús fue sometido a un juicio simulado lleno de pruebas falsas y de falsos testigos (Mateo 26:59-60). Como juez, Pilato negó que la verdad fuera siquiera relevante en su caso (Juan 18:38). Jesús murió rodeado de mentiras y malas palabras.

Pero Dios usó el engaño de los fariseos para probar quién era Jesús. Jesús murió a causa de sus palabras, pero el Verbo hecho carne se levantó de la tumba. No hay letra pequeña. Es imposible que Dios mienta (Hebreos 6:18). Si confiamos en las verdaderas palabras de Jesús, cada palabra mentirosa que se diga en nuestra contra nunca tendrá éxito en última instancia. Dios es verdadero, y todo hombre es un mentiroso (Romanos 3:4).

Compruébelo usted mismo

Rezo para que el Espíritu Santo abra tus ojos para ver al Dios cuyas palabras son perfectas y siempre verdaderas. Y que veas a Jesús como la Palabra de Dios hecha carne que nos rescata de las mentiras de nuestros enemigos.