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Más que conquistadores
En Romanos 8:17-39 vemos que nuestros sufrimientos actuales no pueden compararse con la gloria que nos espera como hijos de Dios.
¿Qué está sucediendo?
El apóstol Pablo acaba de dar a los seguidores de Jesús una serie de promesas increíbles. No hay culpa ni condenación para los cristianos. Están libres del pecado y de la muerte, y el Espíritu de Dios los ha transferido al reino de la vida. Todos los que crean en Jesús se han convertido en hijos e hijas de Dios y vivirán con él por toda la eternidad (Romanos 8:1-16). Sin embargo, Pablo también dice que todos los hijos e hijas de Dios sufrirán, así como Jesús lo hizo (Romanos 8:17). Esto puede parecer contradictorio. ¿Cómo pueden morir aún quienes han sido llamados hijos e hijas eternos de Dios liberados de la muerte?
Pablo responde a esta difícil pregunta al comparar el sufrimiento con el glorioso futuro asegurado para todos los seguidores de Jesús mediante su resurrección. Llegará al día en que la humanidad será rescatada de su estado corrupto y nuestros cuerpos vivirán para siempre. Pablo incluso dice que la creación anticipa y espera con ansias la llegada de esta gloria (Romanos 8:18-19). Al igual que los humanos, nuestra Tierra está decayendo y muriendo. Toda la creación sabe que sin la intervención de Dios, inevitablemente caerá en una espiral de caos. Como una madre mientras da luz a una nueva vida, la tierra gime por el día en que los hijos e hijas de Dios recibirán su vida eterna en un cuerpo redimido que nunca sufrirá, sino que vivirá con su Creador y Padre para siempre (Romanos 8:19-23). Si bien puede parecer una contradicción que los hijos e hijas de Dios sufran y mueran, no lo es. Nuestro sufrimiento actual no es nada en comparación con la realidad de vivir eternamente en cuerpos redimidos y en una tierra restaurada (Romanos 8:24-25).
Además de este futuro prometido, Pablo dice que el Espíritu Santo nos ayuda cuando sufrimos. El mismo Espíritu que levantó a Jesús de entre los muertos también ora en nombre de todos los seguidores de Jesús que sufren. Y como el Espíritu conoce perfectamente las intenciones de Dios para sus hijos e hijas, podemos garantizar que las oraciones al Espíritu de perseverancia, redención y resurrección serán contestadas (Romanos 8:26-27). Finalmente, dado que Dios tiene el poder de hacer todo lo que ha prometido, podemos saber que orquestará todas las cosas, incluso nuestro sufrimiento, para nuestro bien. Por el poder de Dios, experimentaremos su poder, gloria y vida de resurrección para siempre (Romanos 8:28-30).
¿Dónde está el Evangelio?
A menudo, pensamos que el sufrimiento es una interrupción en el plan de Dios e una incongruencia con nuestra idea de quién es Dios. Pero si en efecto Jesús resucitó de entre los muertos, el sufrimiento no es una amenaza para las promesas de Dios. Cuando Dios entregó a su hijo primogénito, Jesús, demostró que no había ningún costo que no estuviera dispuesto a pagar por sus promesas de hacerse realidad para sus otros hijos e hijas (Romanos 8:31-32). Como dice Pablo: "Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?" Si Dios nos ha declarado como sus hijos e hijas, si Jesús ha resucitado de entre los muertos y si el Espíritu Santo intercede por nosotros, nada puede impedir que experimentemos el amor y la vida eternos de nuestro Padre (Romanos 8:33-35). Si bien la perspectiva de sufrimiento es desalentadora, Pablo dice que no hay sufrimiento que sea más fuerte que el poder de Dios. Ni los demonios ni los ángeles, ni ningún poder pasado o presente, ni siquiera la muerte, pueden separarnos del amor de nuestro Padre y de su intención de resucitar a todos los que sufren en esperanza (Romanos 8:36-39).
Dios tiene una futura herencia de vida eterna, poder de resurrección y amor paternal planificada para todos sus hijos e hijas. Pero al igual que todas las herencias, debemos esperar para recibirla. También debemos anticipar sufrimiento, oposición e incluso muerte. Pero no tenemos que temer a ninguna de esas cosas. Nuestro futuro está asegurado. El Espíritu Santo ora en nuestro nombre. Jesús ha muerto y resucitado. Y Dios mismo está planificando nuestra resurrección.
Compruébalo tú mismo
Oro para que el Espíritu Santo abra tus ojos y veas al Dios que es nuestro Padre. Y que veas a Jesús como aquel cuya muerte y resurrección prometen nuestra propia vida eterna con Dios.