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Abrahán
En Génesis 12, vemos que Jesús es el descendiente de Abrahán que se gana una bendición para el mundo.
¿Qué está pasando?
Hasta ahora en Génesis, hemos visto que la promesa que Dios hizo acerca de una de las crías de Eva continúa siendo cierta (Génesis 3:15). Al asesinar a Abel por Caín, al inundar toda la tierra, al bendecir y maldecir a los hijos de Noé y a través de la Torre de Babel, Dios se ha quedado con un pueblo.
Y ahora llegamos a uno de los hijos más importantes de Eva, un hombre llamado Abram, que más tarde pasará a llamarse Abrahán (11:29).
Dios llamó a Abram a salir de su tierra, pueblo y familia para que fuera un grupo especial y nuevo para él (12:1 a). Y Dios le hace una promesa en tres partes a Abram.
Primero, Dios convertirá a Abram en una gran nación. Tendrá tantos hijos que contarlos sería como intentar contar todas las estrellas del cielo (15:5). Esto cumple el propósito original de Dios para Adán y Eva en el jardín: que sean fructíferos y se multipliquen (1:28).
En segundo lugar, Dios bendecirá a Abram. Más aún, todas las naciones serán bendecidas por medio de Abram y sus hijos (12:2). Este es el cumplimiento del propósito original de Adán y Eva en el mundo. Se suponía que debían llenar el mundo con la imagen de Dios, pero en vez de eso, el mundo se ha llenado con la imagen del hombre. Pero a través de Abram, Dios continuará donde ellos lo dejaron.
En tercer y último lugar, Dios promete darles a Abram y a sus hijos la tierra de Canaán. Esto es lo que quizás hayas oído llamar la Tierra Prometida (12:1 b).
En resumen, Dios prometió convertir a Abram en una gran nación que bendeciría al mundo y viviría en Canaán.
¿Dónde está el Evangelio?
Pero solo a través de Jesús, el hijo prometido de Eva y Abram, se cumplen perfectamente estas promesas.
Jesús ha convertido a la iglesia en una familia tan numerosa que es imposible contarla. Es una nación tan grande que supera todas las fronteras, nacionalidades, etnias, clases sociales y geografías (Apocalipsis 7:9).
A través de Jesús, el mundo entero es bendecido. Cualquiera que deposite su fe en Jesús, nombrándolo como el que cumple la promesa de Dios a Abram, entra en esta relación de pacto con Dios (Gálatas 3:8-9). Son bendecidos con la misma bendición que se le dio a él.
Finalmente, Jesús es quien nos lleva a la tierra prometida de Dios, donde habitaremos con él para siempre. Al igual que el Edén, la tierra prometida nunca tuvo la intención de ser un lugar geográfico del que tomemos posesión, sino el punto de partida de una explosión mundial de la gloria y la presencia de Dios. Solo Jesús cumplirá esta promesa cuando regrese en su gloria, reconstruya toda la tierra y habite con su pueblo para siempre (Apocalipsis 21:3).
Compruébelo usted mismo
Rezo para que el Espíritu Santo les muestre al Dios que está llamando a un pueblo a sí mismo y para que vean a Jesús como el que cumple todas las promesas de Dios.