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Pedro, la prisión y la Pascua
En Hechos 12, vemos que Jesús es el último cordero pascual que entra en nuestra prisión de muerte para liberarnos a través de su resurrección.
¿Qué está pasando?
La persecución contra la iglesia se hace cada vez más extrema en Jerusalén. El rey Herodes arresta a líderes cristianos, mata a Jacobo (el hermano de Juan) y planea hacer lo mismo con Pedro (Hechos 12:2-3). En respuesta, la iglesia ora fervientemente por la ayuda de Dios (Hechos 12:5).
Pedro es encarcelado justo antes de la Pascua, cuando Israel celebra su liberación de Egipto comiendo un cordero pascual. Este cordero es un símbolo de cómo Dios liberó a su pueblo en Egipto al dejar que su juicio se extendiera sobre sus casas a causa de la sangre del cordero.
Así que, así como Dios salvó a Israel de la cautividad y la muerte en aquel entonces, ahora viene en ayuda de Pedro. Dios responde a las oraciones de la iglesia tal como respondió al clamor de su pueblo en Egipto (Éxodo 2:23).
Un ángel libera a Pedro de sus cadenas y lo lleva a la libertad (Hechos 12:7). Pero así como el ángel en la Pascua trajo la muerte, Herodes ordena que maten a los guardias de la prisión y, más tarde, es abatido por su orgullo (Hechos 12:19, 22-23).
Dios salva a Pedro como salvó a Israel. Lo hace para demostrar que su fidelidad y poder siguen funcionando como en el Éxodo. Dios lucha por la iglesia, que ahora se llama el verdadero Israel (Romanos 2:28-29; Gálatas 3:16, 29).
Esta historia es otra prueba que se da en Hechos de que la autoridad de Dios ya no está en el templo o en los sistemas religiosos anteriores, sino en la iglesia.
¿Dónde está el Evangelio?
Esta es una buena noticia porque todas las promesas, títulos, privilegios y estatus que Dios le otorgó a Israel después de su escape de Egipto son ahora nuestros en Cristo. El propio Pedro declara esto cuando escribe que quienes creen en Jesús son ahora «un pueblo elegido, un sacerdocio real, una nación santa, la posesión especial de Dios» (1 Pedro 2:9).
Estos mismos títulos fueron dados a Israel momentos después de la primera Pascua (Éxodo 19:5-6). Dios es ahora nuestro Dios y ahora somos su pueblo (Éxodo 6:7).
Pero esta nueva Pascua trajo no solo liberación para la iglesia, sino también juicio contra sus enemigos (Hechos 12:23). Jesús venció a nuestro acusador Satanás como venció a Herodes, el acusador de Pedro (Colosenses 2:15). Del mismo modo, cuando Jesús regrese, vindicará a su iglesia de todos los que se opusieron a ella y la oprimieron (Apocalipsis 17:14).
Los enemigos de Dios nos esclavizan de muchas maneras. Algunos cristianos se enfrentan literalmente al encarcelamiento o, al menos, a la amenaza de un castigo gubernamental o social por sus creencias. Muchos están atrapados en prisiones por las mentiras condenatorias, el pecado habitual o la adicción del enemigo. La buena noticia es que Jesús nos está sacando de nuestras prisiones.
Una vez todos nos dirigimos a la prisión de la muerte y la tumba (Romanos 6:18). Pero Jesús, como nuestro último cordero pascual, recibió la sentencia por nuestro pecado, entró en la prisión de nuestra tumba y nos liberó mediante su muerte y resurrección.
O, como dice el mismo Pedro, Jesús os convierte en su pueblo elegido, «para que proclaméis las alabanzas de aquel que os llamó de las tinieblas a su maravillosa luz» (1 Pedro 2:9).
Compruébelo usted mismo
Rezo para que el Espíritu Santo abra sus ojos para ver al Dios que rescata poderosamente a su pueblo de la esclavitud y la prisión. Y que veas a Jesús como quien nos rescata al romper las puertas del pecado y la muerte para llevarnos a la libertad y a la vida en él.