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Job y Bildad
En Job 7-9 vemos que Jesús es el abogado que puede dar la razón tanto al inocente Job, como a los culpables como nosotros.
¿Qué está pasando?
Job está harto de discutir con Elifaz. Cree que su sufrimiento acabará matándole (Job 7:6). Por eso se dirige directamente a Dios (Job 7:11). Pero la forma en que habla de Dios es preocupante. Job acusa a Dios de ser demasiado estricto y preciso (Job 7:17-18). Desde la perspectiva de Job, Dios le vigila y le castiga sin razones claras (Job 7:20). Anteriormente en el libro, Dios incluso reconoce que no hay razones que causen su sufrimiento (Job 2:3).
Pero al amigo de Job, Bildad, no le gusta lo que dice Job. Dios siempre es justo y nunca dejaría sufrir al inocente (Job 8:3). Y como Job está sufriendo, no puede ser tan inocente como afirma (Job 8:6). Bildad da a entender que Job es culpable de rechazar a Dios, lo que explica su sufrimiento (Job 8:13). Si Job fuera realmente inocente, nada de esto estaría ocurriendo (Job 8:20).
Pero Job responde que es inútil que un mortal intente demostrar su inocencia en el tribunal de Dios (Job 9:2). Dios es demasiado poderoso. Ningún humano puede hacer frente a su interrogatorio (Job 9:3-4). Si Dios puede dar órdenes a la tierra y a las estrellas en contra de sus enemigos, ¿qué esperanza tiene Job de sobrevivir a la acusación de Dios? (Job 9:6-7) Job duda incluso de que Dios escuche su caso (Job 9:16). Los mortales no pueden convocar a las deidades. Si Dios quisiera, podría argumentar sin parar alrededor de Job y encontrar la forma de condenarle, incluso en su inocencia (Job 9:28). La cuestión es que Job no es más que un hombre. Los mortales no pueden discutir con Dios y ganar (Job 9:32).
Por eso Job espera que venga un árbitro (un abogado) y le permita acercarse a Dios en su poder inmortal y defender su inocencia (Job 9:33).
¿Dónde está el Evangelio?
Job tiene razón de tener miedo de llevar su caso ante la corte de Dios y escuchar sus argumentos. Aunque Job fuera el abogado más brillante, la acusación de Dios siempre será más convincente. Por eso Job espera que un árbitro presente ante Dios el caso de su sufrimiento inocente.
Ese árbitro es Jesús. Como Job, él sufre siendo inocente. Como Job, suplica una explicación a Dios por su sufrimiento (Mateo 27:46). Pero, a diferencia de Job, no tiene motivos para temer al tribunal de Dios ni a sus veredictos. Jesús no es un simple hombre mortal, es Dios mismo. Jesús es el abogado que puede dar al inocente Job su día ante el tribunal.
Y el apóstol Juan dice que Jesús no sólo representa a clientes inocentes, sino también a los culpables. "Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre: a Jesucristo el Justo" (1 Juan 2:1). Job temía entrar en la sala del tribunal, pero Jesús sostiene con valentía que somos inocentes.
Y más que argumentar nuestra inocencia, Jesús borra nuestro pecado con su muerte (1 Juan 2:2). Gracias a la defensa de Jesús y a su expiación, no tenemos por qué tener miedo de presentarnos ante el tribunal de Dios. Como Jesús, podemos presentarnos ante el trono de Dios con osadía y pedir no sólo la inocencia, sino cualquier cosa que necesitemos (Hebreos 4:16).
Compruébalo tú mismo
Que el Espíritu Santo abra tus ojos para que veas a Dios como un Juez inmensamente poderoso. Y para que veas a Jesús como el que no sólo aboga por nuestra inocencia, sino que nos hace inocentes a través de su cruz.