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Argumentos finales
En Job 22-27, vemos que Jesús, como Job, se niega a arrepentirse ante falsas acusaciones. Cuando Jesús se niega a retractarse en su sufrimiento, desbarata las acusaciones de sus enemigos.
¿Qué está pasando?
Job y sus amigos están discutiendo desde el capítulo 3; los capítulos 22-27 contienen el último ciclo de discursos entre ellos. Es el ciclo más intenso y más breve. La escalada de tensión y el acortamiento de los discursos nos dan la pista de que el desafío del Acusador a Dios, de los capítulos uno y dos, está a punto de resolverse.
Elifaz duda de que el deseo de Job de ir a juicio le sirva de algo (Job 22:3). Como Elifaz cree que Job carece de humildad o de respeto por Dios, le dice a Job que el veredicto en su caso tiene garantizada la culpabilidad (Job 22:4). Enumera los supuestos crímenes de Job y describe el destino de los malvados como él (Job 22:9, 16). Elifaz promete que, si Job se humilla, la riqueza de Dios pasará a ser suya y estará en mejores condiciones para influir sobre Dios mediante sus oraciones (Job 22:25, 27).
Job rechaza esta tentación. En lugar de ello, mantiene la esperanza de que Dios oirá su caso y fallará a su favor (Job 23:4-5). Job contrarresta la descripción de Elifaz sobre los malvados y sus castigos describiendo todas las formas en que prosperan los malvados (Job 24:14).
Bildad ya está harto. Recurre a tópicos cliché sobre la majestad de Dios y la indignidad del hombre por comparación (Job 25:5). Sin ninguna sutileza, llama a Job gusano y larva (Job 25:6). Para Bildad, la majestad de Dios es prueba suficiente de que Job sufre legítimamente por algo que hizo mal.
Job responde con un himno sobre el poder cósmico de Dios (Job 26:9). Señala que la incomprensible majestad de Dios no prueba su culpabilidad, sino que demuestra que nuestro conocimiento en cuanto a cómo Dios ordena su universo es muy superficial (Job 26:14). Para Job, la visión del mundo de Bildad es demasiado pequeña ante la inmensidad de Dios.
Job se niega a negar su integridad o a arrepentirse de pecados que nunca cometió (Job 27:6). A continuación, Job llama enemigos a sus amigos (Job 27:7) y pronuncia una larga maldición, prediciendo que sufrirán como él (Job 27:20).
¿Dónde está el Evangelio?
Estos discursos representan el final del desafío del Acusador a Dios (Job 1:9-10). Recuerda que Job no está siendo juzgado, sino Dios. Más concretamente, la acusación es contra la forma en que Dios dirige su universo.
Si Job hubiera admitido su culpabilidad para poder ser recompensado, tanto sus amigos como el Acusador tendrían razón. Podrías imaginarte a sus amigos diciendo: "¡Ves, sabíamos que ocultabas algo!". Entonces, el Acusador se habría dirigido a Dios y le habría dicho: "Ves, tu gestión del universo es defectuosa. Job sólo te obedecía para obtener tus recompensas".
Pero como Job se negó tanto a maldecir a Dios como a arrepentirse de cosas que no había hecho para intentar obtener las recompensas de Dios, los argumentos del Acusador quedan derrotados. Sufrir siendo inocente no lleva a Job a maldecir a Dios. Las recompensas de Dios no socavan la integridad de Job. Gracias a Job, los argumentos del Acusador quedan totalmente desarmados.
Al igual que Job, Jesús se negó a arrepentirse ante falsas acusaciones. La élite religiosa acusó a Jesús de proclamar erróneamente ser Dios (Mateo 26:65). Y su acusación de que Jesús era un rey rival del emperador carecía de fundamento (Mateo 27:11). Al igual que Job, Jesús se negó a maldecir a Dios por sufrir siendo inocente (Lucas 23:46).
Cuando Jesús se negó a retractarse en su sufrimiento, rompió las acusaciones de sus enemigos (Colosenses 2:15). Desarmó su condena porque Jesús es Dios y era el Rey de los judíos. Cuando resucitó de la tumba, avergonzó las acusaciones en su contra porque su resurrección es la prueba de que él es verdaderamente Dios y Rey.
Si nos negamos a maldecir a Dios y, en cambio, insistimos en que somos inocentes gracias a la cruz de Jesús, nuestros acusadores también son silenciados (Colosenses 2:14). Gracias a la muerte y resurrección de Jesús, tenemos la prueba irrefutable de que no somos quienes nuestros acusadores dicen que somos, sino quienes Dios declara que somos.
Compruébalo tú mismo
Que el Espíritu Santo abra tus ojos para que veas que Dios recompensa a los que le buscan. Y para que veas a Jesús como el inocente que sufre, que desarma toda acusación de nuestros enemigos.