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Construyendo el Tabernáculo
En Éxodo 35-40, vemos que Jesús nos da su espíritu para convertirnos en receptores obedientes de su presencia, como nuevos tabernáculos.
¿Qué está pasando?
Aquí el libro del Éxodo termina con la culminación, al menos en parte, de todo lo que Dios ha estado haciendo a lo largo de este libro.
El plan que Dios le dio a Moisés para el tabernáculo, las vestiduras sacerdotales y todo lo que las acompaña ahora se está haciendo realidad. Todo lo que Dios le ordenó a Moisés que construyera mientras estaba en la montaña, el pueblo lo construyó obedientemente en el campamento.
Israel finalmente está obedeciendo la voz de Dios. Pero, ¿qué cambió entre el episodio del becerro de oro y ahora?
La diferencia es que el Espíritu de Dios está obrando. El Espíritu de Dios equipa a todos, desde los artesanos hasta los donantes, para cumplir lo que Dios ha ordenado (Éxodo 35:31). El Espíritu llena a los artesanos que crean y a quienes tienen recursos para ser generosos. La gente está obedeciendo la voz de Dios mediante la obra del Espíritu de Dios.
Lo último que vemos en Éxodo es a la vez espectacular y desalentador.
Después de construir el tabernáculo, Dios viene y lo llena con su presencia (Éxodo 40:34). Dios está ahora con su pueblo. Desafortunadamente, lo último que escuchamos del libro del Éxodo es que ni siquiera Moisés puede entrar en el tabernáculo (Éxodo 40:35). La presencia de Dios, como hemos visto una y otra vez, es demasiado santa, demasiado gloriosa y demasiado poderosa.
Así que nos queda un problema. ¿Cómo pueden las personas vivir en la presencia de Dios? Esta es la pregunta que queda en nuestras mentes y que nos impulsa a seguir leyendo. Porque en el siguiente libro, Levítico, obtenemos la respuesta. El pueblo de Dios podrá entrar en su presencia a través del sistema de sacrificios.
¿Dónde está el Evangelio?
Sin el Espíritu de Dios, siempre y solo desobedeceríamos a Dios y nos quejaríamos contra él. Solo cuando el Espíritu Santo venga y obre en nuestros corazones para hacer que lo sigamos, podremos hacer algo bien (Ezequiel 36:27).
Esto es lo que Jesús logró por nosotros. Nos envió al Espíritu Santo para darnos corazones nuevos que pudieran obedecer (Romanos 2:29). El Espíritu Santo obra un cambio milagroso en todos los que pertenecen a Jesús.
Pero, ¿cómo somos un lugar adecuado para que viva el Espíritu de Dios? Si se hizo tanto esfuerzo para construir cuidadosamente el tabernáculo de la manera correcta, ¿cómo puede alguno de nosotros ser una residencia apropiada para el Espíritu de Dios?
Sin duda, no puede ser por ninguno de nuestros méritos. El propio Moisés aún no podía entrar en esta morada especial. La única manera en que cualquiera de nosotros puede ser un lugar en el que el Espíritu de Dios pueda vivir y trabajar es si nos limpian y nos santifican. Eso es lo que hace Jesús.
Jesús nos limpia como el tabernáculo fue limpiado con perfume, incienso y sangre sacrificial. No solo nos limpia lo suficiente como para hacernos aceptables (1 Juan 1:7). Nos hace tan santos que nos convertimos en la nueva morada de Dios.
Compruébelo usted mismo
Rezo para que el Espíritu Santo les dé ojos para ver al Dios que trabaja entre su pueblo para ayudarlo a preparar un lugar para su morada. Y Jesús es quien hizo todo lo posible en nosotros para que nuestros cuerpos fueran un lugar adecuado para que él viviera.