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Trabajo duro y generosidad
En 2 Tesalonicenses 3, vemos que la mayor obra de generosidad de Jesús fue hacer todo lo necesario en la cruz para que podamos convertirnos en parte del Reino de Dios y recibir la vida eterna.
¿Qué está pasando?
Pablo termina su segunda carta a los tesalonicenses pidiéndoles que oren por él y por sus compañeros de trabajo. Les pide que oren para que el mensaje de Jesús siga avanzando por su ministerio y que sean rescatados de cualquiera que les desee daño (2 Tesalonicenses 3:1-2). Pablo luego le pide a Dios que fortalezca y proteja a los tesalonicenses. Le pide a Dios que guíe sus corazones para que se amen unos a otros y resistan las nuevas dificultades que se presenten. Y Pablo confía en que Dios responderá (2 Tesalonicenses 3:3).
Pablo luego aborda un tema que mencionó en su primera carta. Varios miembros de la comunidad tesalonicense estaban siendo exageradamente generosos, de modo que se aprovechaban de ellos personas que se negaban a trabajar y satisfacer sus propias necesidades (1 Tesalonicenses 5:12-13; 2 Tesalonicenses 3:6). Pablo les dice que denuncien y se distancien de quienes se aprovechen de la generosidad de los demás. Mientras se quedó con ellos, Pablo tenía un trabajo diario para satisfacer sus propias necesidades y así no ser una carga para nadie. Lo hizo para dar un ejemplo, no solo para los perezosos, sino también para los generosos. Los perezosos necesitan cultivar una mejor ética laboral, pero los generosos necesitan aprender cuando su generosidad en realidad impide que otras personas se conviertan en los trabajadores esforzados (y, con el tiempo, generosos) que Dios quiere que sean (2 Tesalonicenses 3:7-10).
Pablo termina su carta firmando con su propio nombre y orando para que la gracia y la paz de Dios estén con ellos (2 Tesalonicenses 2:16-18).
¿Dónde está el evangelio?
Se supone que los seguidores de Jesús son trabajadores esforzados y generosos con los demás. Este es el ejemplo que Pablo dejó a sus discípulos, y también es el ejemplo que Jesús nos dio (1 Tesalonicenses 1:6). Jesús pasó sus primeros años de adulto como carpintero que cuidaba a su madre. Y su ministerio con los pobres, los enfermos, los hambrientos y los demonizados dejó a Jesús agotado y cansado (Juan 4:5-6). Y aunque normalmente no decimos que la tortura y crucifixión de Jesús fueran “trabajo”, sin su esfuerzo y resistencia, nadie de nosotros hubiera experimentado la generosidad eterna de Dios.
Más que las sanaciones que Jesús realizó, la obra más grande de él fue hacer todo lo necesario en la cruz para que podamos convertirnos en parte del Reino de Dios y recibir la vida eterna. El arduo trabajo que Jesús hizo ahí trajo la generosidad de Dios a todas las personas. Gracias a él, tenemos la oportunidad de recibir toda la riqueza del Reino de Dios (Santiago 2:5). Aunque debemos trabajar duro para bendecir a los demás, no necesitamos trabajar duro para ganar la bendición de Dios y la vida eterna: ¡su trabajo duro ya hizo todo por nosotros! Y si el trabajo duro de Jesús nos ha salvado, tenemos todas las razones para ser generosos y trabajadores con los demás (Efesios 3:16-19).
Compruébalo tú mismo
Oro para que el Espíritu Santo abra tus ojos para que veas al Dios que llama a su pueblo a vivir generosamente. Y que veas a Jesús como aquel cuyo esfuerzo arduo ha ganado para ti un lugar en su reino eterno.