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Eclesiastés 6:10-11:10

El mundo maldito

En Eclesiastés 6:10-11:10, vemos que los sabios se centran en la muerte. Al centrarnos en la muerte de Jesús, recibimos la certeza que el Predicador nunca podría lograr: sabemos con certeza a dónde iremos después de morir.

¿Qué está sucediendo?

Las últimas secciones de Eclesiastés pueden sentirse algo desarticuladas. Pero esta es una característica de los libros de sabiduría; no es una falla en su sistema. La sabiduría rara vez nos llega en un paquete ordenado. Se adquiere progresivamente, por medio de momentos de sufrimiento y décadas de relaciones. El libro de Eclesiastés refleja la forma en que adquirimos sabiduría en nuestra propia vida. Ten esto presente conforme lees. Pero también presta atención a las principales preocupaciones del Predicador: la incognoscibilidad del futuro y la certeza de la muerte.

El Predicador dice que sabemos muy poco sobre lo que está por venir (Eclesiastés 6:12). No sabemos—y mucho menos controlamos—el día en que morimos (Eclesiastés 8:7-8). Y no sabemos lo que sucederá cuando muramos (Eclesiastés 6:12).  

Incluso si quitas estas obvias incógnitas de la mesa, el Predicador nos confronta con una cantidad incognoscible de información sobre el mundo que Dios ha creado. Ninguna cantidad de investigación, lectura o búsquedas en Google nos brindará un conocimiento exhaustivo de nosotros mismos o del universo (Eclesiastés 8:17). Siempre habrá preguntas que la ciencia no puede responder, por ejemplo: “¿Cuándo comienza la conciencia?” (Eclesiastés 11:5).

En vez de agotarse buscando respuestas indescifrables, los sabios se centran en lo que saben con seguridad: la muerte. “El corazón de los sabios está en la casa de luto, pero el corazón de los necios está en la casa de la alegría” (Eclesiastés 7:4). La muerte es la única constante. Y la muerte llegará tanto para justos como para pecadores (Eclesiastés 7:2).  

El Predicador sabe que así no es como el mundo debería ser. Pero al exponer la vanidad, la incognoscibilidad y la muerte como constantes, también describe precisamente un mundo posterior a la maldición de Dios. El Predicador dice que la única esperanza en un mundo incierto y fútil se encuentra en saber que moriremos (Eclesiastés 9:3).  

¿Dónde está Jesús?

Suponemos que nuestra vida será mejor si conocemos más acerca del mundo y tenemos más experiencias. Pero el Predicador dice que cuanta más experiencia, conocimiento y sabiduría obtengamos, más insatisfechos, decepcionados y descontentos nos volveremos. Ninguna cantidad de conocimiento puede borrar la incertidumbre, predecir nuestro futuro o decirnos qué pasa después de que morimos.

Es por eso que el Predicador cree que la mejor vida se encuentra en meditar sobre la certeza de la muerte.

Aquí es precisamente donde vemos a Jesús. Jesús era un hombre que meditaba sobre la muerte. Se nos dice que Jesús nació para morir por nuestros pecados (1 Timoteo 1:15). Y Jesús vivió su vida a la sombra de su muerte. A menudo hablaba de ella (Marcos 8:31). El apóstol Pablo dice que toda la historia y las Escrituras profetizaron que Jesús debía morir (1 Corintios 15:3). Jesús incluso experimentó la supuesta certeza de la muerte cuando pasó tres días en una tumba.  

Pero Jesús no solo entiende la muerte; Jesús también sabe lo que sucede después de la muerte. A diferencia de la suma de nuestro conocimiento acumulado, Jesús puede predecir el futuro. Y conforme meditamos sobre la muerte de Jesús, cuando hacemos de su tumba y cruz nuestra certeza, podemos conocer nuestro futuro y lo que viene después de la muerte: la vida eterna. Cuando Jesús entra en la casa de luto, obtenemos acceso a su casa de alegría y gozo.

El apóstol Pablo dice que cuando nos unimos a la muerte de Jesús mediante nuestro bautizo, también nos unimos a su vida y a su resurrección (Romanos 6:4-5). En el caso de quienes temen a Dios, la incognoscibilidad y la muerte no son constantes. La certeza de la vida eterna lo es. Como un eco de las palabras del Predicador, Jesús lo dijo así: “El que se aferre a su vida la perderá; y el que pierda su vida por mi causa la encontrará” (Mateo 10:39). Lo que la suma del conocimiento humano no puede ofrecer o predecir, se ofrece libremente en la muerte de Jesús.

Compruébalo tú mismo

Que el Espíritu Santo abra tus ojos para que veas al Dios que revela que la verdadera vida se encuentra en la muerte. Y que veas a Jesús como el que entró en la casa de luto, para que nosotros pudiéramos entrar en su casa de alegría.

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