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devocional

Eclesiastés 2-3:15

Coma, beba y disfrute en su trabajo

En Eclesiastés 2-3:15, vemos que la vida que escapa de la futilidad y experimenta alegría es una vida que comienza y termina en la Palabra eterna de Dios. Y esa Palabra se hace carne para nosotros en Jesús.

¿Qué está pasando?

Una forma de entender el libro de Eclesiastés es entenderlo como una respuesta a la pregunta: “¿Cómo debería pasar mi breve vida en la Tierra?” (Eclesiastés 1:13, 3:10). El Predicador responde poniendo algunas de las opciones disponibles a prueba.  

Inicialmente, el Predicador pasa su vida en busca del placer (Eclesiastés 2:10). Rápidamente, se da cuenta de que entre más placer experimenta, menos satisfacción siente (Eclesiastés 2:11). Por lo tanto, dirige su apetito hacia la sabiduría, en lo que también se encuentra en un callejón sin salida (Eclesiastés 2:16). Cuanta más sabiduría adquiere, más problemas nota. Finalmente, el Predicador se desespera, pues nota que todo su trabajo y logros son en vano, ya que alguien más siempre se hará cargo de ellos (Eclesiastés 2:18).

El Predicador entiende que parte del problema está relacionado con el tiempo. Los tiempos de nuestras búsquedas y satisfacciones siempre parecen estar fuera de sincronía con los tiempos de Dios. Dios ha ordenado tiempos tanto de placer como de tristeza (Eclesiastés 3:3). Y como nosotros no somos Dios, todos nuestros esfuerzos por crear cierto tipo de contento siempre se sienten demasiado tarde, demasiado temprano o insuficientes.  

El Predicador explica que esto se debe a que Dios puso el deseo de su eternidad en nuestros corazones, y el de hacer las cosas conforme a su tiempo (Eclesiastés 3:11). A fin de cuentas, los tiempos de Dios son perfectos. Nada se puede añadir ni quitar de sus propósitos (Eclesiastés 3:14). Pero el Predicador también entiende que, haga lo que haga, los tiempos de sus esfuerzos nunca se sincronizan con los tiempos que Dios ha designado para su placer.

Según estas observaciones, el Predicador ofrece su sabiduría en un mundo de expectativas perpetuamente insatisfechas: disfruta la comida, el vino y el trabajo que Dios te ha encomendado mientras puedas (Eclesiastés 2:24, 3:13).

El contentamiento yace en los tiempos de Dios y proviene de su mano. En vez de temerle a la pobreza y de correr tras el éxito, en vez de temerle a la soledad y aferrarse al placer o a la evasión, y en vez de temer ser tonto y enterrarse en libros, debes temer a Dios y disfrutar lo que él te ha dado (Eclesiastés 3:14). Nada se le puede agregar ni restar a la riqueza, el placer y la sabiduría que se encuentran en lo que Dios hace a su debido tiempo.

¿Dónde está el Evangelio?

Dios controla el tiempo. Nosotros no. Nuestras vidas están marcadas por la decepción y la frustración. Siempre se siente como si algo pudiera añadirse, o quizás como si algo se hubiera quitado. En la medida en que estemos fuera de sincronía con los tiempos y las estaciones de Dios, esto siempre será verdadero. La única forma en que podemos comer nuestra comida, beber nuestro vino y disfrutar nuestro trabajo es cuando nuestro tiempo y el tiempo de Dios están sincronizados.  

Eso es a lo que el Predicador se refiere cuando dice que la eternidad fue puesta en nuestros corazones. Dios pone en nosotros un profundo deseo de estar en sincronía con sus tiempos. Anhelamos experimentar la eternidad de Dios de tal modo que no necesitemos agregar o quitar nada de nuestras acciones o momentos de la vida.  

La sincronización entre los tiempos de Dios y nuestras acciones no se resuelve sino hasta la muerte de Jesús. Durante su tiempo en la Tierra Jesús únicamente hizo lo que vio a Dios hacer, y cuando Él le dijo que lo hiciera (Juan 1:3, 5:19). Es por eso que Jesús resistió la presión de revelar su identidad al decir repetidamente que todavía no era el tiempo o la hora de hacerlo (Juan 2:4, 7:6). Es también por eso que, antes de su crucifixión, Jesús dijo que su hora finalmente había llegado (Juan 12:23). Las acciones de Jesús y los tiempos de Dios estuvieron perfectamente sincronizados en la cruz. Pablo incluso dice que Jesús vino “cuando llegó la plenitud del tiempo” (Gálatas 4:4).

Y cuando Jesús murió en la plenitud del tiempo, en perfecta sintonía con los planes eternos de Dios, puso el regalo de la eternidad en nuestros corazones: la vida eterna a la que no se le puede añadir ni quitar nada. El Predicador entendió la “eternidad en nuestros corazones” como una descripción del problema. Pero Jesús lo convierte en un regalo. No solo finalmente podremos disfrutar de nuestra comida, vino y trabajo sin frustraciones ni decepciones, sino que viviremos eternamente con Dios (Juan 10:28).  

En vez de estar atrapados en una vida que no está sincronizada con los buenos planes de Dios y nunca experimentar la satisfacción que anhelamos, podemos ajustar nuestros relojes según la vida y la muerte de Jesús. Él nos da una vida de resurrección ahora y para siempre.  

Compruébalo tú mismo

Que el Espíritu Santo abra tus ojos para que veas al Dios cuyas acciones perduran por siempre. Y que veas a Jesús como aquel que da una vida eterna de la que no se puede añadir ni se nos puede quitar.

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